lunes, 30 de octubre de 2006

En un mundo de ruido



Vivimos en un mundo de ruido.
La culpa es en parte de nuestros modernos gadgets, que son el resultado material de una especie de trueque en el que hemos recibido comodidad a cambio de tranquilidad. Sin embargo, los hombres mismos también producimos ruido, aunque de otra clase. El ruido de la gente con sus mentiras, sus excusas y subterfugios. El ruido de lamentos de autocompasión por desgracias que nosotros hemos provocado, o que no hemos querido evitar. El ruido de la televisión ladrando tonterías, intentando manipularnos de forma vergonzosa y descarada. Es una especie de conspiración sin jefe, o peor aún, miles de conspiraciones simultáneas. Todos, sociedades y particulares, conspiran para robarnos algo que tenemos o algo que somos.

Sin embargo, a la gente no le interesa el ruido. La gente acepta sumergirse en él porque espera encontrar algo que tenga verdadero significado para ellos, algún tipo de señal. Por eso hay que hacer del ruido lo que es: algo escandaloso, masivo, chillón y esperpéntico. ¿De qué otro modo podrían los conspiradores impedir que prestases atención a lo que a ti te interesa, en vez de a lo que les interesa a ellos?

No pueden, claro. Con todos sus trucos baratos, sólo consiguen que nos apartemos por un tiempo de nuestros verdaderos objetivos, así que nos bombardean y nos saturan hasta ahogarnos en ruido, y nosotros no podemos cerrarnos a esta avalancha, porque por ahí dentro, escondido, está lo que buscamos, aunque casi nunca sabemos qué aspecto tiene. Así que tenemos que seguir atentos, soportando estóicamente innumerables formas de banalidad y de mentira, en busca de un pedacito de información con significado, la señal que buscamos.

No podemos cerrarnos al mundo para evitar el ruido. Si lo hacemos, ¿que pasará? Nada. Nada por siempre jamás. Para encontrar lo que queremos, tenemos que seguir escuchando.

viernes, 20 de octubre de 2006

Subvención por lavar el coche

Mi novia quiere una subvención por lavar su coche.

Lo ha lavado y ha llovido.

En Murcia.

Está pensando en lavarlo otra vez y se ha nublado.

A Murcia le hace falta la lluvia. Y a mi novia lavar el coche, pero Murcia necesita la lluvia más que mi novia un coche limpio.

Queremos una subvención. No hace falta que sea grande, una pequeñita basta. Hacemos un bien a la comunidad. ¿No podrían renunciar a un banquetón para los ilustrísimos al año para hacer un bien a la comunidad? Murcia necesita lluvia, y nosotros una subvención. Prometemos no gastarla en vicio (bueno, si hace falta, sí), es para la futura hipoteca que antes o después tendrá que caer.

¿Cuela?

jueves, 19 de octubre de 2006

Tenés dos vacas

Feudalismo: Tenés dos vacas. El señor feudal toma parte de tu leche.

Socialismo puro: Tenés dos vacas. El gobierno las toma y las coloca en un gran galpón junto con las vacas de todos. Tenés que cuidar todas las vacas. El gobierno te da un vaso de leche.

Socialismo burocrático: Tus vacas están a cargo de ex-criadores de gallinas. Tenés que cuidar las gallinas que el gobierno le quitó a los criadores de gallinas. El gobierno te da tanta leche y huevos como, según la regularización, deberías necesitar.

Fascismo: Tenés dos vacas. El gobierno se las apropia, te paga para que las cuides y te vende la leche.

Comunismo puro: Compartís tus vacas con tus vecinos. Vos y tus vecinos discuten acerca de quién tiene más 'habilidad' y quién tiene más 'necesidad'. Mientras tanto, nadie trabaja, nadie tiene leche y las vacas caen muertas de hambre.

Comunismo ruso: Tenés dos vacas. Tenés que cuidarlas, pero el gobierno toma toda la leche. Le robás al gobierno tanta leche como podés y la vendés en el mercado negro.

Perestroika: Tenés dos vacas. Tenés que cuidarlas, pero la mafia toma toda la leche. Le robás a la mafia tanta leche como podés y la vendés en el mercado libre.

Comunismo camboyano: Tenés dos vacas. El gobierno te las quita y te dispara.

Dictadura: Tenés dos vacas. El gobierno te hace desaparecer a vos y a las vacas.

Democracia: Tenés dos vacas. Tus vecinos deciden quién se queda con la leche.

Democracia representativa: Tenés dos vacas. Tus vecinos eligen a alguien, que decidirá quién se queda con la leche.

Capitalismo: No tenés ninguna vaca. El banco no te presta dinero para comprar vacas, por no tener vacas.

Anarquismo puro: Tenés dos vacas. Vendés la leche a un precio razonable, de lo contrario tus vecinos te robarían las vacas y te matarían.

Anarco-Capitalismo: Tenés dos vacas. Vendés una y te comprás un toro.

Surrealismo: Tenés dos jirafas. El gobierno te obliga a tomar clases de harmónica.

Yerbismo: Tenés dos vacas. Hacés un asado para 30 personas. Cada una de las 30 personas trae dos botellas de vino.
Para cuando el pedo se te pase ya te habrán invitado a otro asado.



Ojalá supiera quién escribió esto...

No bebas, drógate

No se puede hacer botellón en la calle.

De hecho, no se puede beber en la calle y punto.

Que en las discos y pubs estafan a sus clientes poniendo garrafón y dejéndolos sordos, pero eso no importa. Tú no bebas en la calle. mejor drógate. Si te pillan en la calle los servicios sanitarios y sociales tendrán que hacer algo contigo. O no. Pero si te pillan bebiendo en la calle, el no es seguro. Te echarán a patadas y punto. Por beber en la calle. Y te dejan fumar por perdonarte algo.

Pero no te pases ni un pelo. No bebas en la calle, que queda feo. Una hipoteca a cuarenta años, diez años más que una condena por asesinato, no queda feo. Es desarrollo. España va bien, crece más que la media europea. Nuestro PIB encoge como si tomara Aerored (al contrario que la burbuja inmobiliaria, que de Aerored nada) pero no pasa nada porque estamos creciendo más que la media europea. A saber por qué, porque lo que es producir, no producimos una mierda.

Bueno, mierda sí. Y si no mirad la tele.

Pero antes de mirar la tele, drógate. Es mejor que beber. Los maderos no te echan a patadas de la plaza frente a tu casa. Sobre todo los municipales, que como la experiencia me ha ido demostrando, su función principal es ser los perros amaestrados del alcalde de turno. Seguro que no les dijeron eso cuando entraron en el cuerpo, les contaron otra cosa, una trola. Pero tampoco creo que preguntaran, total, son funcionarios.

Drógate, y a ser posible con coca. Cuando tienes cara de cocainómano con pelas (muy importante lo de "con pelas") en las discos te miran de otra manera. Te clavan diez euros por un cubata, pero ¿a quién le importa? Si tú no bebes, tú te drogas, que es mejor. Eres un cocainómano con pelas, no un cualquiera. Siempre es mejor que ser un alcohólico, da más caché.

Por no hablar de ser fumador, pero eso es otra historia.

martes, 17 de octubre de 2006

House y los poetas muertos (el señor Perry tenía razón)

Había una vez un chico que quería ser actor. Este chico estudiaba en un estricto colegio privado de Nueva Inglaterra para familias adineradas y conservadoras, en régimen de internado. Al director de esta escuela le gustaba recordar a sus alumnos lo mucho que se esperaba de ellos, y que estudiar allí era un honor y un privilegio. Así se lo recordaba porque así lo creía. Esperaba, como el resto de sus profesores y de sus padres, que los alumnos estuvieran a la altura de los “cuatro pilares” de la Academia Welton: tradición, honor, disciplina, grandeza.
Escondido entre los futuros abogados, los proto-ingenieros y los economistas en vías de desarrollo, había un chico que quería algo diferente, algo que la Academia Welton, con sus cuatro pilares, no podía enseñarle.
El único hijo del señor Perry quería actuar.
Su padre no quería ni oír hablar del tema. La vida de su hijo Neil ya estaba cuidadosamente planificada para que éste pudiera aprovechar las oportunidades que sus padres no tuvieron y que sólo tras muchos sacrificios consiguieron darle a su hijo. No eran esas las oportunidades que Neil quería, pero ¿qué sabía él? Sólo era un jovencito recién llegado a la vida, y que debía obedecer a su padre por su propio bien. El señor Perry sabía bien lo que hacía. Si su hijo se desviaba del plan, una pequeña riña ponía las cosas en su sitio. Si no atendía a razones, una reprimenda y un castigo para enseñar disciplina devolvían las cosas a su sitio.
Pero un año, inspirado por un profesor de literatura con demasiadas ganas de hacer que sus alumnos soñaran despiertos, decidió actuar en una obra de teatro, desobedeciendo así una orden directa de su padre. Para ello cometió los dos delitos más graves que podía cometer Neil: ocultarle sus acciones y falsificar una autorización escrita.
Sin embargo, la academia Welton estaba en el mismo pueblo donde vivían los Perry, y como era de esperar, su padre se enteró casualmente charlando con otros padres.
El hijo perfecto había cometido la máxima desobediencia. El señor Perry obligó a su hijo a dejar la obra, pero éste, a pesar de saber que desobedecía una orden directa de su padre, actuó, fue Píramo en “El sueño de una noche de verano” de William Shakespeare, y todos le aplaudieron. Sus amigos silbaban y gritaban “carpe diem”, porque la valentía que hace falta para vivir la propia vida no debe quedar sin reconocimiento.
Sólo una persona no le aplaudió. Alguien que no vio lo que pasó en ese teatro aunque estaba presente, porque nadie ve lo que no quiere ver. El señor Perry no vio la actuación, ni los aplausos, ni la felicidad extática de su hijo, ni los vítores de sus amigos, ni el acto de valentía que implicaba para Neil actuar en esa obra, enfrentándose no sólo al público, sino a su padre, ni vio que estar en ese escenario significaba tanto para Neil que éste había arriesgado absolutamente todo lo que podía arriesgar por estar en una obra amateur sin ninguna trascendencia.
El señor Perry sólo vio desobediencia. Máxima desobediencia que exigía máxima disciplina. El señor Perry ya había tomado una decisión: sacaría a su hijo de Welton y lo matricularía en la escuela militar. Luego lo enviaría a la Universidad para que estudiara medicina.
“Vas a ir a la Universidad, y vas a ser médico”, le dijo.
Desesperado, viéndose atrapado durante los próximos años sin posibilidad de tomar una sola decisión, y perdiendo lo único que quiere hacer el mismo día que lo consigue, Neil toma una terrible decisión y se quita la vida.
Y así llega el momento más trágico de la película “El club de los poetas muertos”.
¿O sólo era una metáfora? ¿O es que a partir de ahí todo es una metáfora, que nos muestra como si fuera real lo que ocurre en las mentes de los personajes?
Todd Anderson, Cameron, Pitts, y los demás no firmaron ningún documento. Agacharon la cabeza, aceptaron las sensatas ideas de la directiva de la academia y echaron de sus mentes las inspiradoras palabras del profesor Keating, palabras que les habían costado el inaceptable precio de perder a uno de sus mejores amigos. Los profesores le hicieron el vacío hasta forzar su expulsión, muy enojados con el señor Keating por la marcha de uno de los alumnos más brillantes y queridos.
Pero en lo más profundo de su subconsciente, Todd Anderson sabía que no estaba cerrándose a Keating voluntariamente, sino obligado por las circunstancias. En su subconsciente, y en el de muchos de sus compañeros, quedó lo que había plantado el señor Keating, y así, mientras el director Nolan les hablaba de medir la poesía con diagramas cartesianos, el malestar que sentían en su interior les decía que “su capitán”, en esa misma clase, les había hecho comprender que había muchas otras formas de ver el mundo y la vida, y que podían elegir, incluso crear la suya propia, una visión del mundo que les permitiera vivir sus vidas de una manera que realmente llenara sus espíritus. En su interior, aunque no quisieran reconocerlo, habían tomado la decisión de vivir vidas extraordinarias que llenaran sus espíritus para llegar al momento de la muerte con la convicción de que habían aprovechado su tiempo tanto como habían podido. Con sus vidas, más tarde, le rindieron homenaje sin palabras a las enseñanzas del señor Keating.
No fue el caso de Neil. Neil no se quedó y no rindió homenaje ninguno al señor Keating, que tantos problemas le había causado. Lo borró por completo de su mente y siguió adelante con el guión de su vida que su padre le había preparado.
Supongamos que Neil Perry no era el verdadero nombre del chico, que “mató” al actor que llevaba dentro, y siguiendo los planes de su padre, fue a la escuela militar, luego a la universidad y se hizo médico.
Oncólogo.
Y durante los años de universidad conoció al futuro doctor Gregory House y ahora, muchos años después, el chico se ha hecho un hombre, está felizmente casado y trabaja en el mismo hospital que él, siendo además el único que sabe manejar su cinismo y sus burlas. El chico, que en realidad se llama Wilson, es ahora un hombre casado y feliz, orgulloso de su trabajo y satisfecho con su vida. Y sigue llevando el mismo peinado.
Después de todo, resultó que su padre tenía razón.

lunes, 16 de octubre de 2006

Una vez dormí en un cajero automático

Esto ocurrió el lunes tras el domingo de resurrección de 1999. Resulta que hubo una huelga en el aeropuerto de Melilla, así que mi vuelo a Málaga salió tarde. Exactamente lo suficientemente tarde como para perder todos los trenes y los autobuses a Granada. Así que me quedé tirado en Málaga, y sólo podía llamar... a nadie. Nadie que conociera estaba en Málaga en ese momento.

El primer autobús a Granada salía a las siete de la mañana. Sólo tenía que aguantar nueve horas, y todavía no había cenado. Eso me permitía quitarme dos con facilidad. Por otra parte, tendría que desayunar y comprar el billete, lo que me solucionaba otra hora. Eso me dejaba seis. No podía ser tan difícil.

Primer descubrimiento crítico: la estación de autobuses de Málaga no abre 24 horas. La estación de tren tampoco. Unos guardias de seguridad me pidieron amablemente que me fuera a la puta calle. Los hostales estaban todos completos (o mi pinta era tan mala que ni en los hostales de mala muerte querían saber de mí). Quedaban habitaciones en un hotel cercano, pero a precio de hotel. Yo era un pobre estudiante. No me daba la gana jugar el comodín "papá", es decir, pedirle el dinero más tarde. No iba a preocupar a mis padres si no era absolutamente necesario.

Sólo me quedaban los cajeros automáticos.

Así que busqué un cajero automático, y, para darle más emoción al asunto, el primero que encontré estaba ocupado. La puerta del cajero (un BBV, lo recuerdo perfectamente) se abrió y salió un mendigo lavado y afeitado por última vez en 1989 que caminó tres pasos tras la puerta, se bajó la bragueta, meó allí mismo en medio de la calle (y cuando digo en medio quiero decir a 1/2 exacto de ambos bordes de la acera) y se metió de nuevo en su cajero.

O sea, no sólo iba a tener que dormir en un cajero, sino que iba a tener que andar por ahí hasta encontrar uno libre.

El segundo que encontré, un Argentaria, estaba libre. Era una cristalera enorme, hacía esquina y el cajero estaba empotrado, así que no había dónde esconderse. Estaba muy pero que muy bien iluminado, es decir, iba a ser visible desde la calle, los coches que pasaran, etcétera. Además, el pestillo era una mierda. Mi gato lo habría echado abajo a poco que se esforzase.

Pero era lo que había. En fin...

Puse papeles de folletos de propaganda y periódicos en el suelo, me tapé con mi propia ropa y cerré los ojos.

Y pasaban coches. Y transeúntes. Y más coches. Y más transeúntes. Y una madrugada de lunes a martes en Málaga resulta que es de un concurrido que te peich. Y de todo corazón he de decir que... ¡se podrían haber ido todos a la mierda! Una señora, acompañada de su presunta hija de más-o-menos trece años llamó a la puerta y me preguntó si era norteamericano. Yo le contesté, hablando un castellano bastante mejor que el suyo, que no. Y la señora siguió insistiendo. Entonces, en un momento brillante, su hija intervino diciendo: "mamá, ¿no ves que habla en español?".

Otro gran momento: un tipo debía necesitar dinero urgentemente. Aporreó la puerta y aporreó la puerta. Gritaba y gritaba que abriera de una puta vez, que quería sacar dinero.

Mientras tanto, yo me negaba a moverme y pensaba: "voy a morir".

En estas cosas gana el más paliza, así que lo miré, vi que había una chica con él. Apliqué dos estereotipos a la vez, pinta + mujer, los dos me dieron como resultado: "no vas a morir", así que abrí. El tipo sacó dinero, y antes de largarse, se dirigió a mí y me preguntó: "¿Te has quedado en la puta calle?". Le dije que sí, me dio la mano y me dijo: "que tengas suerte".

Y se largaron.

Después de eso, todo fue pasar miedo, dormir mal y esperar.

sábado, 7 de octubre de 2006

Los alemanes siempre tan prácticos




Érase un españolito de a pie (yo) que fue a Hamburgo de visita, y unos amigos, guiris todos ellos, me enseñaron el famoso barrio rojo de Hamburgo. Yo no sabía que existía allí un barrio rojo, pero bueno, allí estaba.

Pasamos por una calle llena de clubes de striptease y otros antros de vicio, lascivia y vida concupiscente (guarreridas, para que nos entendamos).

Al final de la calle, justo tras el último bar de putiferio, una demostración de que los alemanes son gente práctica: una iglesia que abría todos los días a las ocho de la mañana.

Le dije a mi amigo Linus que eso me llamaba la atención, y me dijo: "sí, los alemanes siempre pensamos cosas in a practical way"

Y tenía razón. ¿Es o no es eso ser práctico?