domingo, 14 de noviembre de 2010

Dar la cara es de pobres, las empresas grandes hacen Click

Es una historia que se repite más que un gazpacho con mucho pimiento verde. Una gran empresa empieza a ver cómo se deteriora su imagen a causa de su servicio. Las quejas de los clientes se acumulan en consumo, empiezan a salir artículos en la prensa al respecto, el Ministerio de Industria abre un expediente informativo... Lo normal en este anarcocapitalismo que vivimos, vaya.

Entonces la empresa va y se gasta el tesoro de Aladino en una nueva campaña de publicidad para lavar su imagen. De pedir perdón por haber facturado de más a los clientes ni hablamos. De que el presidente salga en rueda de prensa dando la cara, como hizo el de Toyota, aún menos. Eso es de pobres. Aquí en España, las empresas grandes prefieren gastarse lo que haga falta en hacer una campaña publicitaria, intentar convencer a la gente de que somos estupendos y seguir adelante.

Estos días es Endesa la que está jugando a este juego. Se está dejando una pasta en arreglar el descalabro de imagen que suponen este tipo de noticias:

La factura estimativa de las eléctricas abre una oleada de reclamaciones

Consumo reconoce "decenas de quejas" por las facturas eléctricas de enero y llama a Unelco-Endesa a capítulo

«Gano mil euros al mes y me han cobrado 404 en el recibo de luz»

CONSUMO: Endesa está devolviendo menos dinero del debido a parte de los usuarios que reclaman por las irregularidades en las facturas

La Junta exige a Endesa que revise la facturación y devuelva el dinero que se haya cobrado de más

¿No hubiera sido más fácil no andar cobrándole a la gente de más? Y más honesto, ya que estamos.

Por lo que a mí respecta, pueden felicitarse por su campaña todo lo que quieran. Conmigo, al menos, no ha funcionado.

martes, 2 de marzo de 2010

La rabieta de un niño mimado llamado Telefónica

El excelentísimo y reverendísimo Gran Jefazo de Telefónica, el señor César Alierta, se queja de que Google les cuesta mucho dinero. Específicamente, lo que escandaliza al señor Alierta es que Google hace uso de las infraestructuras de Telefónica para ofrecer sus servicios a los usuarios sin pagar, lo cual sería efectivamente una desgracia si no fuera porque es una mentira como un piano de cola. Para conectarse a Internet, Google, como cualquier otro proveedor de contenido, tiene que pagar por la conexión, igual que nosotros, con la diferencia de que no contratan el ADSL triste que tenemos aquí, con velocidades de subida de la era de las cavernas, sino una conexión muchísimo mejor y mucho, mucho más cara. Es decir, pagar, que pagan un buen pastón. Lo que pasa es que esa conexión no siempre la contratan con Telefónica, sino con la competencia, o incluso con compañías extranjeras, que se ve que es lo que menos le gusta a Alierta.

Alierta también parece olvidarse de que en el otro extremo de esas conexiones también hay alguien pagando: nosotros. Se ve que, a pesar de ser la compañía más cara de España y una de las más caras de Europa, no le pagamos lo suficiente, pero no pasa nada. Si Alierta quiere, Telefónica puede probar a subir los precios hasta lo que considere justo, a ver cuántos clientes pierde. O puede no invertir en infraestructura, dejar que la competencia le coma terreno, dar peor servicio y de nuevo ver a cuántos clientes pierde.

Y si nada de nada de nada de todo esto le gusta, puede liarse la manta a la cabeza y probar a ser proveedor de contenidos y competir con Google a su mismo nivel. ¡Ah, espera! Ya lo intentó, compró una cosa llamada Terra que perdió más de 40.000 millones de pesetas de valor en bolsa en 2001, ya no me acordaba...

domingo, 14 de febrero de 2010

El hombre del saco ya no persigue niños

Los opositores son más y son más fáciles de asustar.

Hoy en día no vale la pena pelear para asustar a los niños. Ningún hombre del saco que sepa cómo son las cosas hoy en día se molestaría en intentarlo. Esos pequeños monstruitos ya no se asustan de nada, en parte por las películas y en parte por los videojuegos. Y no me refiero al Tetris y esas mariconadas abstractas, me refiero a los videojuegos de verdad, los que venden mucho, los que tienen bandas sonoras con negros raperos o mucho metal y se anuncian en la tele. Ya saben, esos que la sangre salpica el televisor hasta que casi no se ve lo que pasa y los intestinos se esparcen por el suelo como spaghetti. ¡Oh, sí, nena!

No, el hombre del saco no tiene nada que hacer ante esos niños. Puestos a asustar, y a asustar bien, le sale más rentable ir a por los opositores. Esos sí que tienen miedo. ¿Ha visto cómo se alteran cuando descubren una nota extraña en la web de la Consejería de Educación de nosequé comunidad autónoma? ¿Y cuando llaman seis veces a lo largo de la mañana y empiezan a sospechar que el funcionario que les debería atender -el funcionario del cual depende su futuro, su vida, su universo, y todo- está desayunando desde que entró hasta cinco minutos antes de salir?
Y es que estos opositores son sangre fácil para el hombre del saco porque viven con dos miedos metidos permanentemente en el cuerpo: el miedo a la oscuridad y el miedo al abandono. Como son adultos, esos dos miedos cogen formas más elaboradas porque, bueno, porque son adultos, pero en el fondo siguen siendo el miedo a la oscuridad y el miedo al abandono que todos, salvo la nueva generación de niños Playstation, hemos tenido. Y estos dos miedos son precisamente las mayores especializaciones de los hombres del saco, tanto los titulados como los autodidactas -estos últimos no pueden colegiarse y pagan cuotas más altas en el sindicato-.

El miedo a la oscuridad toma una forma abstracta o simbólica, en forma de pesadillas sobre el supuesto, más que probable, de suspender. Toda la situación alrededor del opositor es como una gran conspiración para maximizar este miedo. Sólo hay un examen cada varios años, muy pocas plazas y demasiados aspirantes -todos tan estresados como tú o más-, una materia de estudio desenfocada e infinita, que nadie sabe muy bien de qué se compone y que aburre hasta a las vacas. Y al final del tunel, si suspendes -que es lo más probable-, seguirás sin tener la menor idea de qué hacer con tu vida. Como antes de preparar la oposición, claro, con las dos pequeñas diferencias de que ahora eres uno, dos, tres o incluso cuatro años más viejo y de que a papá le queda algo menos de paciencia. Y como guinda de ese gran pedazo de pastel, después de tanto esfuerzo, tanto estrés y tanta incertidumbre, el premio de consolación si suspendes será absolutamente nada y algún que otro año -de los presuntamente mejores de tu vida- completamente perdido. Eso es lo que podríamos llamar “oscuridad”.
Y como todo viene de dos en dos, está además el miedo al abandono. Porque nadie te va a ayudar, nadie puede. Rara es la familia que entiende el lío en el que te has metido. Tu pareja, si no oposita, no puede entenderlo, y si oposita, bastante tiene con lo suyo. Y tus amigos, que tampoco entienden, hacen sangre cada vez que te ven con esa primera pregunta que les sale de la boca: “¿qué tal llevas la oposición?” (nota para lechones: la respuesta siempre es “mal”).
El examen será el día previsto a la hora prevista. Los opositores se presentan al examen habiendo intentado conseguir las mejores cartas para una única partida, pero todos saben en el fondo que cuando llegue la hora de la verdad, todo se reducirá a simple suerte. Suerte con las preguntas que salen del sorteo. Suerte con quien te corrige, a qué hora te corrige y antes y después de qué otros exámenes te corrige. Suerte con el tribunal que tendrás que enfrentar.
Podrías caerle bien.
Podrías caerle mal.
Si eso supone dos décimas de diferencia, podrían ser las dos décimas más importantes de tu vida, y las habrás ganado o perdido dependiendo de que a algunos tipos del tribunal les guste tu aspecto, tu voz o tu acento. De que haya más hombres que mujeres en el tribunal. De que haya más mujeres que hombres. De que te parezcas una barbaridad a su ex-mujer (zorra). O ex-marido (cabrón). O a su perro, que también puede ser.
Y estarás allí, triste opositor, como una botella a la deriva, con tu miedo a la oscuridad y tu miedo al abandono, y reteniendo líquidos desde hace una semana. Y el presidente del tribunal, un calvo cabrón con bigote, estará allí mirándote fijamente, con su traje y su corbata, dispuesto a hacerte picadillo, sonriendo todo el tiempo.
Porque ese hombre del saco, al contrario que otra mucha gente que ya no es joven y ha perdido su empleo, ha conseguido reciclarse con éxito y entrar de nuevo en el mercado laboral.

Los días de oposición, el hombre del saco no para de sonreir.