miércoles, 2 de octubre de 2013

A España le falta la llave del mundo

Escribo esto tres días después de haber vivido durante varios meses en Suecia. Lo hago porque he llegado a la conclusión de que el inglés es la llave del mundo, y creo que ni el españolito de a pie ni nuestra casta gobernante han entendido eso.


No hablo ni una palabra de sueco. Todo mi trabajo y mi vida social en Suecia ha sido en inglés. Y porque sé inglés he podido trabajar, conversar y hacer amigos de las siguientes nacionalidades: Grecia, Letonia, Holanda, Noruega, Alemania, Francia, Reino Unido, Rumanía, Líbano, Vietnam, Etiopía, China e incluso Afganistán.


Esa es la parte positiva de mi dominio del inglés: el mundo entero podía comunicarse conmigo. Y es que siempre he sido muy bueno con los idiomas. Se puede afirmar con seguridad que, comparado con los otros españoles, estoy muy por encima de la media de mi edad en cuanto a dominio de idiomas.


Puede que eso sea un síntoma del problema.


Mi inglés es bueno, pero no es tan bueno. Aunque mi acento no me delata demasiado, no puedo pasar por nativo, y no puedo leer algo como El Señor de los Anillos en inglés. Sencillamente, mi dominio del idioma no da para tanto. Dicho de otra manera: estoy por encima de la media y no debería, el nivel medio de inglés en mi país debería ser más alto.


Esta es una opinión que tengo desde hace años, pero estando en Suecia me pasaron varias cosas que me llevaron de la opinión a la certeza de que todos los españoles deberíamos hablar mucho mejor inglés.


El primer suceso fue sencillo: entré a un take-away de comida vietnamita, y por supuesto todo estaba en sueco. La única empleada, una mujer vietnamita de entre 40 y 50 años, me atendió en un inglés aceptable y resolvió todas mis dudas, especialmente aquellas referidas a la presencia de gambas (“no, no shrimps”).


El segundo suceso le pasó a uno de mis vecinos, un etíope de treintaypico años llamado Tarek, que me contó cómo estuvo en Granada de visita hace años y se perdió por la ciudad. Intentando encontrar su hotel se topó con una comisaría de policía, lo que en principio debería haber solucionado su problema. Pero en toda la comisaría nadie fue capaz de hablar con él en el más sencillo inglés para ayudarle. No hablamos de conversación profunda, sólo hacía falta llegar a “donde te alojas, cómo se llama tu hotel”, etc. Ni de eso fueron capaces. Una comisaría entera en el presunto primer mundo no fue capaz de atenderle.


El tercer suceso que me convenció fue la vergüenza ajena que Ana Botella y el director del Comité Olímpico Español me han hecho pasar este verano. La “dedocráticamente” elegida alcaldesa de la capital del país no sabe hablar inglés. Y el director del Comité Olímpico Español, una organización que tiene que comunicarse con el resto del mundo sí o sí, tampoco. Y encima chulean de ello. Eso tiene que cambiar.


Repasemos la lista de personas con las que he conversado en inglés en estos tres meses: una cocinera vietnamita, dos parejas etíopes, un afgano, una chica de Letonia, dos griegas, una jubilada sueca, un medio noruego, una libanesa, dos holandeses, cuatro o cinco alemanes, algún escocés, una rumana, un francés loco y una francesa elegante, un par de docenas de suecos, un australiano, un indio, tres chinos, un lituano… seguro que me olvido de alguien.


El mundo entero se ha abierto ante mí porque sé inglés. Ciudadanos de todo el planeta han podido hablar conmigo porque sé inglés. La gente ha podido echarme una mano en mi aventura por Suecia porque les pude pedir ayuda… en inglés.


En Suecia he crecido como persona, y he podido hacerlo porque sé inglés. Es la diferencia entre poder y no poder salir al mundo. Es la misma diferencia, a escala planetaria, que había hace un siglo entre ser letrado o analfabeto.

Así de importante es este idioma.