martes, 17 de octubre de 2006

House y los poetas muertos (el señor Perry tenía razón)

Había una vez un chico que quería ser actor. Este chico estudiaba en un estricto colegio privado de Nueva Inglaterra para familias adineradas y conservadoras, en régimen de internado. Al director de esta escuela le gustaba recordar a sus alumnos lo mucho que se esperaba de ellos, y que estudiar allí era un honor y un privilegio. Así se lo recordaba porque así lo creía. Esperaba, como el resto de sus profesores y de sus padres, que los alumnos estuvieran a la altura de los “cuatro pilares” de la Academia Welton: tradición, honor, disciplina, grandeza.
Escondido entre los futuros abogados, los proto-ingenieros y los economistas en vías de desarrollo, había un chico que quería algo diferente, algo que la Academia Welton, con sus cuatro pilares, no podía enseñarle.
El único hijo del señor Perry quería actuar.
Su padre no quería ni oír hablar del tema. La vida de su hijo Neil ya estaba cuidadosamente planificada para que éste pudiera aprovechar las oportunidades que sus padres no tuvieron y que sólo tras muchos sacrificios consiguieron darle a su hijo. No eran esas las oportunidades que Neil quería, pero ¿qué sabía él? Sólo era un jovencito recién llegado a la vida, y que debía obedecer a su padre por su propio bien. El señor Perry sabía bien lo que hacía. Si su hijo se desviaba del plan, una pequeña riña ponía las cosas en su sitio. Si no atendía a razones, una reprimenda y un castigo para enseñar disciplina devolvían las cosas a su sitio.
Pero un año, inspirado por un profesor de literatura con demasiadas ganas de hacer que sus alumnos soñaran despiertos, decidió actuar en una obra de teatro, desobedeciendo así una orden directa de su padre. Para ello cometió los dos delitos más graves que podía cometer Neil: ocultarle sus acciones y falsificar una autorización escrita.
Sin embargo, la academia Welton estaba en el mismo pueblo donde vivían los Perry, y como era de esperar, su padre se enteró casualmente charlando con otros padres.
El hijo perfecto había cometido la máxima desobediencia. El señor Perry obligó a su hijo a dejar la obra, pero éste, a pesar de saber que desobedecía una orden directa de su padre, actuó, fue Píramo en “El sueño de una noche de verano” de William Shakespeare, y todos le aplaudieron. Sus amigos silbaban y gritaban “carpe diem”, porque la valentía que hace falta para vivir la propia vida no debe quedar sin reconocimiento.
Sólo una persona no le aplaudió. Alguien que no vio lo que pasó en ese teatro aunque estaba presente, porque nadie ve lo que no quiere ver. El señor Perry no vio la actuación, ni los aplausos, ni la felicidad extática de su hijo, ni los vítores de sus amigos, ni el acto de valentía que implicaba para Neil actuar en esa obra, enfrentándose no sólo al público, sino a su padre, ni vio que estar en ese escenario significaba tanto para Neil que éste había arriesgado absolutamente todo lo que podía arriesgar por estar en una obra amateur sin ninguna trascendencia.
El señor Perry sólo vio desobediencia. Máxima desobediencia que exigía máxima disciplina. El señor Perry ya había tomado una decisión: sacaría a su hijo de Welton y lo matricularía en la escuela militar. Luego lo enviaría a la Universidad para que estudiara medicina.
“Vas a ir a la Universidad, y vas a ser médico”, le dijo.
Desesperado, viéndose atrapado durante los próximos años sin posibilidad de tomar una sola decisión, y perdiendo lo único que quiere hacer el mismo día que lo consigue, Neil toma una terrible decisión y se quita la vida.
Y así llega el momento más trágico de la película “El club de los poetas muertos”.
¿O sólo era una metáfora? ¿O es que a partir de ahí todo es una metáfora, que nos muestra como si fuera real lo que ocurre en las mentes de los personajes?
Todd Anderson, Cameron, Pitts, y los demás no firmaron ningún documento. Agacharon la cabeza, aceptaron las sensatas ideas de la directiva de la academia y echaron de sus mentes las inspiradoras palabras del profesor Keating, palabras que les habían costado el inaceptable precio de perder a uno de sus mejores amigos. Los profesores le hicieron el vacío hasta forzar su expulsión, muy enojados con el señor Keating por la marcha de uno de los alumnos más brillantes y queridos.
Pero en lo más profundo de su subconsciente, Todd Anderson sabía que no estaba cerrándose a Keating voluntariamente, sino obligado por las circunstancias. En su subconsciente, y en el de muchos de sus compañeros, quedó lo que había plantado el señor Keating, y así, mientras el director Nolan les hablaba de medir la poesía con diagramas cartesianos, el malestar que sentían en su interior les decía que “su capitán”, en esa misma clase, les había hecho comprender que había muchas otras formas de ver el mundo y la vida, y que podían elegir, incluso crear la suya propia, una visión del mundo que les permitiera vivir sus vidas de una manera que realmente llenara sus espíritus. En su interior, aunque no quisieran reconocerlo, habían tomado la decisión de vivir vidas extraordinarias que llenaran sus espíritus para llegar al momento de la muerte con la convicción de que habían aprovechado su tiempo tanto como habían podido. Con sus vidas, más tarde, le rindieron homenaje sin palabras a las enseñanzas del señor Keating.
No fue el caso de Neil. Neil no se quedó y no rindió homenaje ninguno al señor Keating, que tantos problemas le había causado. Lo borró por completo de su mente y siguió adelante con el guión de su vida que su padre le había preparado.
Supongamos que Neil Perry no era el verdadero nombre del chico, que “mató” al actor que llevaba dentro, y siguiendo los planes de su padre, fue a la escuela militar, luego a la universidad y se hizo médico.
Oncólogo.
Y durante los años de universidad conoció al futuro doctor Gregory House y ahora, muchos años después, el chico se ha hecho un hombre, está felizmente casado y trabaja en el mismo hospital que él, siendo además el único que sabe manejar su cinismo y sus burlas. El chico, que en realidad se llama Wilson, es ahora un hombre casado y feliz, orgulloso de su trabajo y satisfecho con su vida. Y sigue llevando el mismo peinado.
Después de todo, resultó que su padre tenía razón.

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